Friday, 14 August 2009

Atajos

Cuando era niña no me gustaban los atajos. Podía correr libremente, saltar, cantar y encantar con mi dinamismo. A los 10 años aprendí que los atajos ayudan a cuidarse de otros. Y solo en algunos momentos era capaz de vivir todo el camino.
Todavía recuerdo que, una vez en mi valle querido, un hombre viejo se me acercó y me dijo que la vida era curva porque así era más entretenida. Y que los viajes rectos eran fomes. En ese momento no entendí lo que me dijo porque supuse que se trataba de un viejo drogado con honguitos alucinógenos. Ese relato había perdido su valor.

En un día como hoy, mientras caminaba por un sendero con piedras, miré al suelo y vi una piedra de curvas perfectas. Paré y recordé al viejito.

Lo más importante de esto: se acabaron los atajos hasta nuevo aviso.

Tuesday, 11 August 2009

Mi sed

Estoy sentada en el sillón cama de mi depto y espero que llegue gente para trabajar. Tengo los pies encima de la mesa que adoro, mesa rústica (obviamente), que viajó muchos kilómetros para recordarme que vengo de lo natural y no de las grandes ciudades. Veo el ramo de flores secas que me regaló mi hermano del medio cuando me titulé de terapeuta. Después de todo lo pasado, ha sido uno de los más lindos regalos de mi vida. Las flores están en ese florero que no es florero, y que compré en el Persa de Stgo junto a mis amigos. Las velas infaltables encima de la mesita. El pote con piedras en agua me hace pensar que a veces sería lindo ser una de esas piedras y estar así de tranquila. No podría dejar de lado al hermoso "apaga velas" (no tengo idea como se llama, pero es una de esas campanitas de acero que apagan velas) que me regaló Carmen con tanto cariño. Cierro los ojos y siento el olor a eucaliptus que adoro porque me hace pensar que estoy en un bosque. Miro hacia la izquierda y está el infaltable cojín peludo que metí a la lavadora hace años y quedó como oveja. Miro la mesa del comedor y veo la linda lamparita verde que me regalaron unos niños de una población pobre a los que ayudé en la elaboración del duelo por la muerte de sus amigos. Veo mi hermoso atrapasueños de Ecuador colgando desde el mueble. Miro su encanto y me acuerdo del amigo artesano que me lo hizo con tanta protección. También están los muñecos chilotes; un hombre y una mujer bien afiatados. He llegado a admirar a esa parejita. Alcanzo a ver mi refrigerador con todos los dibujos y monitos encima. Miro por el ventanal y veo a una pareja abrazada en el balcón.

Parece que no quiero que esto se acabe. No por ahora.

Y de fondo, el incansable Silvio que me canta una y otra vez que al final de este viaje en la vida quedarán nuestros cuerpos hinchados de ir a la muerte, al odio, al borde del mar...

Parece que no es tiempo de ir aún.

Sunday, 9 August 2009

Grito

Recuerdo la primera noche que escuché ese grito. Llegó a mi cabeza, cruzó por mi estómago y terminó alojado en mi corazón. Nunca había sentido cómo las paredes del corazón pueden abrirse y cerrarse, revolcarse, mutar y saltar. Ese grito no se me ha borrado de mi mente. Si yo hubiese sabido que eso iba a pasar, hubiese preferido borrar esa escena. Mientras manejaba en el auto y tocaba el rojo sentía ese grito. Mientras atendía a las familias el grito me interfería. Mientras dormía despertaba saltando de terror. ¿Cómo borrar un grito así?
¿Cómo sacarle la intensidad?
¿Cómo sacarle esas palabras?

Pasé mucho tiempo llenando mi tina y sumergiéndome en el agua para olvidar ese grito. Me pasa que el agua bien caliente es como un útero para mi. Y sólo quería estar ahí, quietecita mirando las baldosas de al frente. Y mientras trataba de tener la mente quieta, las lágrimas eran inevitables. Pocas lágrimas, pero largas.

Ese grito pasó hace tiempo. No me había acordado de él.
Pero un día domingo como hoy, después de haber vivido tantos lindos momentos con gente que adoro, después de haber entendido que el amor a uno mismo es algo hermoso de cultivar, después de estar tirada en mi cama sabiendo que llegó la soledad, me acordé de ese grito.

Prometo no volver a vivir algo así.
Prometo dar gracias cada día por haberme salido de ese lío y por preferir la paz ante el terror.