Atajos
Cuando era niña no me gustaban los atajos. Podía correr libremente, saltar, cantar y encantar con mi dinamismo. A los 10 años aprendí que los atajos ayudan a cuidarse de otros. Y solo en algunos momentos era capaz de vivir todo el camino.
Todavía recuerdo que, una vez en mi valle querido, un hombre viejo se me acercó y me dijo que la vida era curva porque así era más entretenida. Y que los viajes rectos eran fomes. En ese momento no entendí lo que me dijo porque supuse que se trataba de un viejo drogado con honguitos alucinógenos. Ese relato había perdido su valor.
En un día como hoy, mientras caminaba por un sendero con piedras, miré al suelo y vi una piedra de curvas perfectas. Paré y recordé al viejito.
Lo más importante de esto: se acabaron los atajos hasta nuevo aviso.